Tradução

De musicista a traductora, siempre intérprete

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De musicista a traductora, siempre intérprete
  • Traducción del portugués al español: Natália Scalvenzi
  • Revisión de la traducción: Livia Stumpf
  • Supervisión: Karina Lucena

Dediqué varios años de mi adolescencia y del inicio de mi adultez a la música, más específicamente a la flauta transversa. Salí de Brasil a estudiar, como muchos lo hicieron antes y lo harán después de mí. Pasé cientos de horas encerrada en habitaciones, aulas y practice rooms insonorizados, sola y muy concentrada, perfeccionando mis técnicas de respiración y soplo y mi capacidad de interpretación. 

Con el pasar de los años, mis gustos han cambiado. Elegí una nueva profesión y hoy trabajo exclusivamente como traductora. Sin embargo, por algo le doy las gracias a mi yo musicista: mi experiencia como intérprete me hizo tener un buen condicionamiento mental para moldear mi trabajo según el de un autor — un compositor en el caso de la música, un escritor en el caso de la traducción. 

Un instrumentista siempre sabe que tocará piezas compuestas por otras personas (a no ser que también se le salga componer). Lo que lo hace un buen músico es su interpretación de la obra que presenta, sea un concierto de Mozart famoso hace 240 años, sea la pieza de un colega compositor que necesita intérpretes para el estreno de una obra. Lo fascinante de ese proceso es que cada época interpreta a Mozart de una forma distinta (de la misma manera que cada época traduce a Flaubert de una forma distinta); en una misma época, cada instrumentista produce una interpretación diferente (al igual que cada traductor).    

Todo eso puede sonar obvio, de una banalidad desconcertante. Sin embargo, esa obviedad hace toda la diferencia: nos liberta. Porque no existe “la” interpretación correcta de Mozart, solamente instrumentistas que, en vez de buscar un ideal inalcanzable, movilizan toda su madurez (técnica, emocional, intelectual) para “entender” la composición y convertirla en una obra que sea fiel a la partitura y que tenga sentido para el oyente. Intento hacer lo mismo en mi trabajo como traductora, rechazando la rigidez y la vanidad de tratar de llegar a algo definitivo. Soy una pieza clave del producto “libro traducido”, sin duda, pero, esencialmente, intento ser una buena intérprete, movilizar mis conocimientos y sensibilidades en el trabajo con el texto y, mientras soy fiel a él, trato de volverlo comprensible. 

En otro ámbito, la labor solitaria del traductor también se asemeja mucho al estudio diario e individual del músico. La mayor parte del trabajo depende de horas de dedicación continua, entre cuatro paredes. Sin embargo, hay una gran diferencia entre las dos actividades: la traductora que soy ya no tiene la oportunidad de interactuar con colegas, como pasaba cuando tocaba en grandes orquestas u orquestas de cámara. Esa pequeña desventaja (o ventaja, dependiendo del punto de vista) produce un equilibrio en relación con las evaluaciones y las competencias constantes que existen entre los profesionales (al menos en ciertos ambientes que conocí) y con cierta autoexigencia ansiosa — la musicista que fui sentía, entre líneas, una suposición tácita sobre la carrera: hay que correr contra el tiempo, pues juventud significa agilidad técnica y reconocimiento; vejez significa falta de aliento, dedos duros y músculos cansados. 

Quizás todas esas observaciones sean un simple producto del paso de los años, de la experiencia que se empieza a acumular (al fin y al cabo, competencias y autoexigencia pueden existir en cualquier carrera, como sabemos muy bien). Sea como sea, cuando me di cuenta de que mi relación con la traducción era de tranquilidad en relación con el tiempo, supe que había hecho la elección correcta. Qué suerte: encontré una profesión en la que la vejez es positiva. Cuanto más pasan los años, mejor. El tiempo trae experiencia y madurez, envejecer hace bien. 


Julia da Rosa Simões es traductora literaria, maestra y doctora en Historia. 

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